Si bien la campaña alemana de Hitler contra la Unión Soviética es conocida, mayoritariamente, por operaciones de sitio como las de Stalingrado o Leningrado, la "Operación Barbarroja" nos dejó otros encuentros militares menos conocidos, pero no por ello de menor importancia.
Una de las grandes batallas olvidadas dentro de este complicado escenario de combate fue la librada por la posesión de Sebastopol, ciudad ubicada en la Península de Crimea, y considerada la plaza mejor fortificada de todo el continente. Frente a ella el XI Ejército Alemán de Von Manstein desplegó el mayor tren artillero utilizado en la Segunda Guerra Mundial en una única operación militar, incluidos dos de los famosos morteros "Karl" y el cañón "Dora", la pieza de artillería de mayores dimensiones construida hasta entonces y que jamás volvería a ser utilizada de nuevo a lo largo del conflicto.
Operación prolongada por espacio de más de ocho meses, los soldados del Eje debieron emplearse a fondo para la conquista de la principal base militar de la Flota del Mar Negro, una de las fuerzas navales más poderosas de todo el continente. Pero, ni siquiera la presencia de una línea de fuertes y búnkeres, a la altura de los más avanzados recursos existentes en la época, así como de un considerable contingente militar soviético, consiguió detener a la experimentada maquinaria bélica alemana.
Gracias a una magnífica combinación de preparación artillera terrestre y bombardeos aéreos, los atacantes lograron doblegar uno tras otros todos los reductos defensivos de Sebastopol, hasta hacerse con el control de la ciudad. Eso sí, debieron hacerlo a costa de sufrir un elevado desgaste, tanto material como humano, que repercutiría negativamente en el desarrollo de operaciones futuras. Si bien se había obtenido el éxito, la pírrica victoria pronto traería consecuencias, pues el XI Ejército no pudo participar desde sus inicios en la "Operación Azul", que terminaría con el estrepitoso fracaso sufrido ante Stalingrado.
Ésta es la historia de aquellos valerosos soldados que lucharon en una contienda épica, los atacantes por tomar la última plaza que todavía permanecía en manos enemigas en su camino hacia el este, y los defensores por lograr conservar una plaza que se antojaba vital para mantener la resistencia a retaguardia de la fuerza de invasión. Quizás el resultado obtenido en esta campaña sea lo de menos, sobre todo si se tiene en cuenta el elevado precio que ambos bandos pagaron por tomar una única plaza, demasiado alejada de la línea de frente como para poder intervenir demasiado en el devenir de la guerra.