Ciudad o aldea, el paisaje humanizado de nuestros
primeros años alimenta nuestro crecimiento y en él
vamos dibujando nuestros mapas de sensaciones y
de afectos. Y en ese espacio, que acaba participando
tanto de nosotros como nosotros de él, podemos
reconocemos, espacial y sentimentalmente. Aquel
paisaje primero, tan falso como cierto, borroso o
nítido, irá siempre con nosotros.
Más allá de los hechos que construyen nuestra
pequeña historia, algunos recuerdos -ya ciertos, ya
falsos-, para serlo, necesitan de las palabras,
palabras capaces de atrapar la noticia que se
esconde tras un olor, un sabor, un tacto, un sonido,
una imagen. Palabras que acierten a devolvernos
una recreación reconocible de nosotros mismos.
Esta serie de apuntes, pequeños escritos nacidos
de una sensación o impulsados por ella, que en no
escasas ocasiones sugieren un descarnado toque de
realidad y sobreponen la razón a la emoción,
removerá en quien los lea algo de su propia
experiencia, de sus días ya irremisiblemente
perdidos. Y también lo regalará con una percepción
diferente de aquellos días ya pasados, quizá
ofreciendo una mirada nueva del paisaje en el que
fuimos, tal vez apuntando otras perspectivas del
paisaje en que seremos.