Nos podríamos hacer una extensa pregunta partiendo de la idea de un gran reloj medieval instalado en una torre: ¿qué relación existe entre éste y el espectáculo, la cultura, la magia, las ferias...? Entre los siglos XVII y XIX la relojería mecánica ya se había convertido en la herramienta del tránsito del mundo rural al urbano de la industrialización. Y, con ella, el descubrimiento de que el tiempo es oro y confiere poder.