Al agujero negro, en su hambre carcelaria, no hay luz que se le resista. Y cuando descubre Javier, de la boca de su madre moribunda, que fue adoptado en un hospicio y que nada supieron ellos de su familia biológica, comprende el joven que bajo sus pies acaba de abrirse ese agujero negro que ansía, en la hondura de su ser, consumirlo. «¿Quién soy entonces », se pregunta, pero no obtiene respuesta. En una España recién llegada a la democracia y sin disponer de la entereza emocional necesaria, Javier habrá de decidir si ocupa un rincón y no hace nada, o se aventura en una investigación que nadie concibe adónde habrá de llevarlo. Para ello cuenta con tan solo dos objetos: un rosario y un manuscrito. Pero no es un manuscrito cualquiera, es un diario. Y no es el diario de una persona corriente: es el diario de un criminal. A través de su lectura sin referencia alguna a lugares, nombres o fechas, nos adentraremos en la mente atormentada de un asesino cuyos crímenes inmundos, casi treinta años atrás, iniciaran aquel cataclismo que todavía perdura en una Almería paupérrima, sumida en la grisura inmediatamente posteri